Transcripción de Juan Sánchez.
Generaciones
pasadas recordarán sin agrado y quizás con asco esta travesía muy próxima a la
Plaza de los Bancos. Pasaje mal oliente donde aprovechando la ausencia de luz
eléctrica acudían a hacer necesidades mayores y menores siempre que había
alguna celebración nocturna en la contigua plaza del Ayuntamiento. Como es de
suponer el callejón por el uso que se hacía de él, no era digno de rotularse
con el nombre de algún importante personaje de la época.
Llamarle “Callejón
de la Especiera” fue una nominación que adoptaron los nativos porque en algún
punto de aquella humilde vía, residía una pobre mujer que mataba su sacrificada
existencia vendiendo especias que se decían proceder del lejano Oriente.
El alumbrado
público era un lujo que el municipio solo podía costear para las principales
calles. El Callejón de la Especiera, a pesar de servir de acceso a la Plaza, no
contaba tan siquiera con aquellas lámparas eléctricas de cinco watios situadas
estratégicamente en algunas esquinas y que, aunque su finalidad era la de
iluminar, sólo parecían “mariposas” de aceite de oliva que sirvieran de
orientación para que el que de noche se atreviera a salir a la calle sin farol,
a fin de no tropezar contra las esquinas, aunque era inevitable el tropiezo con
las salientes piedras de aquel rudimentario y natural pavimento de nuestras
calles de entonces.
Como ya digo,
nuestro callejón carecía de iluminación, circunstancia que, sobre todo las noches
de verbena y otros eventos, lo hacía propicio para que sirviera de público
evacuadero aprovechando la oscuridad. De este modo no tenían que salir al campo
para hacer sus necesidades. Recordar también la carencia de retretes en la
mayor parte de las casas del pueblo.
Lo cierto es que
atravesar aquel paraje de noche era un riesgo evidente de salir “enfangado”.
Cuentan las
crónicas que cuando se inició el progreso energético en el pueblo y el
alumbrado tenía potencia suficiente para cumplir su finalidad de que no
deambuláramos a tientas, el Ayuntamiento decidió terminar con aquellas
malolientes expansiones en tan céntrico lugar.
¿Cómo acabar con aquellos excesos?. Se decidió poner severas
multas a los evacuadotes. Incluso se situó estratégicamente al Municipal para
que vigilara la zona y denunciara a los protagonistas.
Hubo que desistir
del intento, porque con un solo “Agente de la Autoridad” en el pueblo, para que
su labor fuera eficaz, había de constituirse en guardián permanente del lugar muchas
horas de las largas noches, desatendiendo otras obligaciones: vigilar otras
calles, pregonar bandos municipales, vocear la presencia del recaudador de
impuestos, anunciar la pérdida de algún animal, ayudar en cualquier problema
del vecindario. He aquí un verdadero pregón del Municipal en lugares
estratégicos de olula:
“Se ha perdido una
cabra mocha con lunares blancos, cuando se separaba del ganado para dirigirse a
su casa. Quien dé razón de su paradero será bien retribuido”
El problema del callejón seguía preocupando al consistorio.
Uno de los ediles que presumía de ser bastante espabilado intervino con esta
iluminada sugerencia:
-¡Ya está! He
encontrado la solución.
-¿Cual?-
preguntaron al unísono y con impaciencia sus compañeros de Concejo.
Muy sencillo y
bastante económico. Bastará con instalar untar de potentes focos en los puntos
estratégicos del Callejón. Como los transgresores aprovechan la oscuridad para
bajarse los calzones y hacer la necesidad, la existencia de luz, casi como la
del día, impedirá que tan asqueroso hecho se siga repitiendo.
-¡Muy bien, muy
bien!- dijeron los Concejales.
-¡Hágase la luz!-
dijo pomposamente el Alcalde.
Los focos fueron
rápidamente instalados en el Callejón y su pavimento barrido y rociado
haciéndolo transitable. Los nacidos jamás lo habían visto tan adecentado.
Al Municipal, sólo
se le encomendó la siguiente orden:
“Cuando llegue la
noche te das una vuelta por el Callejón para ver lo que pasa; mañana nos cuentas lo que hayan comentado aquellos
que, al verse burlados, tengan que apretar el paso con las manos sobre la
barriga buscando otro lugar más idóneo”.
-¡Sí, ….sí!-
contestó el munícipe.
Al día siguiente
llegó el Municipal a la Casa Consistorial. Y como se le viera cabizbajo con
humor mal contenido, no cabía más que preguntar:
-¿Qué pasó anoche
en el Callejón? Supongo que no habría nadie- dijo el Alcalde.
-¿Qué no?-
respondió el mantenedor del orden-. ¡Los mismos de siempre y además con
“recochineo”, porque ahora resulta que hasta se han llevado el periódico para
leerlo mientras defecan!
El enfado del
Consistorio fue tal que se ordenó desmontar los focos y aunque más tarde se
ordenó instalar una bombilla en aquellas inmediaciones, durante muchos años
posteriores, El Callejón de la Especiera, continuó plagado de los mismos
“adornos”.
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