OLULA DEL RÍO
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“La simiente celeste”
Mis padres decidieron trasladarse de Basti (Baza) a Macael. Después de una extensa llanura, el camino descendía hacia el valle amplio de un río. Siguiendo valle abajo apareció en determinado momento, en la ribera derecha y colgado de una montaña, Macael, una aldea blanca como sábana tendida al sol, y a su vera una verdadera sábana blanca de mármol que vestía a la montaña, hasta donde el blanco era comido por el verde bosque.
En Macael viví mi infancia de niña esperada y deseada por mis padres. Tenía dos hermanos mayores que yo. Mis padres anhelaban una hija en quien apoyarse en su vejez. Fui también el mejor juguete durante la niñez de mis hermanos y una ayuda eficaz para ellos cuando empezaron a ir a la cantera.
Después de nacer yo, mis padres se empeñaron en tener más hijos porque cada uno representaba una fuente de riqueza desde el momento en que podían trabajar en la cantera. Sólo pudieron tener uno más ya que el parto causó la muerte de mi madre dejándome huérfana a la edad de nueve años.
A esa edad me hice cargo de la casa con cuatro hombres a los que atender; mi hermano pequeño me ayudaba en algo, pero no era mucho lo que podía esperar de él; con que no me diera mucha guerra ya estaba contenta.
Por la mañana me afanaba cuanto podía para tener la comida a punto de llevarla a la cantera a su hora.
Con un pesado cesto de esparto en una mano y mi hermano en la otra llevando un huevo frito, media hogaza de pan y un trozo de tocino para cada uno. Mi padre y mis dos hermanos mayores esperaban con unas ganas que me llenaban de alegría. Así, el cesto pesaría menos para bajar al pueblo.
A la tarde ponía el caldo para que a la noche pudieran echarse algo caliente al cuerpo. En aquella hoya echaba todo lo que encontraba por la casa. Yo pensaba que al cocerse dejaría algo de sustancia en el agua, sólo hirviendo un poco.
Cuando llegaban mi padre y mis hermanos, reventados de cargar y picar piedra todo el día, se comían aquella cena en un visto y no visto y entre todos preparábamos lo que comerían en la pausa de media mañana.
Esta pesada tarea alivió un poco cuando se casó mi hermano mayor. Poco después se casó el segundo. Mis cuñadas vivían con nosotros y se hicieron cargo de las tareas más pesadas del hogar. Yo empecé a pensar quien trabajaría por mí en la cantera.
La desgracia acudió nuevamente en la familia. Mi padre murió en un accidente en la cantera. Hubo un desprendimiento y quedó enterrado vivo.
Pasaba el tiempo y yo empecé a sentirme incómoda con mis cuñadas así que me casé con un mozo de Tíjola, que había abandonado su tierra y su casa porque allí no tenía medios con que ganarse la vida, y se vino a Macael a picar piedra de sol a sol por un escaso jornal. Me llevé a mi hermano soltero conmigo.
Mi marido no era muy agraciado pero nos queríamos. Trabajador incansable. Mi hermano que ya iba a la cantera también nos ayudaba aportando parte de su jornal. Yo tenía tiempo para cuidar unos bancalillos donde sembrábamos lo más preciso y de donde sacábamos las hierbas para alimentar a cinco o seis conejos y una cabra. También teníamos media docena de gallinas. Cambiaba parte de los huevos por grano para que siguieran poniendo. Podemos decir que vivíamos sin demasiadas estrecheces. Yo no podía seguir el ritmo de trabajo, no aguantaba por que siempre estaba embarazada. No podía hacer nada para evitarlo. Cuando se casó mi hermano me sentí un poco aliviada, eso y, que mi hija de siete años ya empezaba a ayudarme en lo que podía. Pero me quedé preñada por quinta vez y mi cuerpo estaba cada vez con menos energías. Con el embarazo muy avanzado resbalé al bajar de la cantera al pueblo y caí rodando haciéndome mucho daño en el vientre. Tuve que hacer cama y no mejoraba con los remedios a nuestro alcance; al segundo día me vinieron unas fiebres muy fuertes y con mi hijo muerto en mi vientre yo también abandoné para siempre a los míos entre sus desesperados lloros y mis profundos suspiros.
Mi marido encargó al mejor artesano de Macael una bonita lápida del mármol más blanco de la sierra en la que estampó esta frase:
“A la fiel compañera de mi vida”.
Era el tributo que dedicaba a los duros trabajos que yo había hecho por él y por nuestros hijos. De alguna manera aliviaba así su dolor.
Juan Sánchez 2.014
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