domingo, 2 de noviembre de 2014

EL PERRO DEL TÍO LUIS JUAN

                                            OLULA DEL RÍO
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• EL PERRO DEL TÍO LUIS JUAN

• Don Francisco Jiménez Casquet.
• “Estampa Social de Olula del Río en los años 20”

En La Plaza de “Los Bancos” aprendí a amar a los perros. Por allí deambulaban en abundancia, sobretodo los de caza, que utilizaban los aficionados a este deporte, especialmente los del médico Don Arturo, que, entre pachones y podencos, los acopiaba en increíble abundancia. Pero todos eran mis amigos fueran o no del prestigioso doctor. La verdad es que me granjeaba su amistad compartiendo muchas veces con ellos el pan y la onza de chocolate que me daban todas las tardes de merienda.

Mis amigos, la mayor parte, también compartían mi cariño hacia ellos. En ocasiones incluso alternaban en nuestros juegos. Sólo uno, el perro del tío Luis Juan, era marcadamente enemigo de la chiquillería. Nos ladraba y nos perseguía con malas intenciones cuando nos aproximábamos a la casa de su dueño, situada en la “Plaza de los Torres”.

El tío Luis Juan tenía dos hijos, Juan y Andrés que alguna vez compartían nuestros juegos. Era persona honrada y trabajadora que procedente de Albox montó en nuestro pueblo un modesto comercio con el que sacó adelante a su numerosa prole. Bien acogido y querido por cuantos nacimos y vivimos en el pueblo.

Sólo la mencionada chiquillería maldecía y odiaba al dichoso perro del tío Luis Juan, horrible y diminuto animal que, con su cara chata nos ladraba y atacaba. Retrocedía únicamente cuando nos veía coger alguna piedra, abundantes en cualquier calle del pueblo y, al verse objeto de nuestra represalia, corría a refugiarse en su domicilio.

Maquinamos la manera de conseguir su desaparición. Cándido era el único municipal que cumplía las funciones que el Ayuntamiento le asignaba. Una de ellas era la de perseguir y aniquilar a los perros que causaban inquietud en la pacífica población. Para ello, se servía del contundente medio de proporcionar su extinción arrojándoles un trozo de “morcilla” que contenía en su interior una buena dosis de estricnina, veneno con efectos tan rápidos que al caer al estómago del animal emprendía una veloz carrera, que terminaba en menos de cien metros poniendo patas arriba a la escogida víctima.

El municipal se situó en una esquina de la Plaza de los Torres. Mientras nosotros, los chiquillos, bajábamos gritando por la cuesta con el fin de provocar la salida del dichoso perro. La maniobra fue perfecta. Ante tal griterío la víctima salió de su casa persiguiéndonos, momento que aprovechó el municipal para arrojarle la golosa morcilla.
El perrillo del tío Luis Juan detuvo su carrera y sus ladridos y se fue derecho a la trampa. Se produjo un profundo silencio. Antes de morder el cebo lo olió y su fina intuición le hizo volverse, levantar la pata izquierda y regar con una corta “meada” la envenenada morcilla. A continuación, con una ejemplar tranquilidad, se dirigió hacia su casa, mientras que en su fuero interno parecía decir:

-¡A mí con trampas!-

Los chiquillos nos rendimos a la realidad y aplaudimos por vez primera, al hasta ahora odiado perro.

El municipal quedó perplejo. No sabía que camino tomar. Al fin, decidió no decir al Alcalde lo ocurrido, no sea que obtuviera similar, y conocida, respuesta a la que un Juez dio al agente que, representaba a la Autoridad Judicial en una diligencia de lanzamiento, daba cuenta a su Señoría con estas palabras:

-¡Señor Juez, en esta cara, que es la suya, me han dado una bofetada!-

A lo que el Magistrado, con absoluta tranquilidad, le contestó:

-Ahí me las den todas-



Juan Sánchez 2.014

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