OLULA DEL RÍO
Comarca
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• Los Higos secos de la tía Carmen “La Telarilla”
• La Vida en Olula del Río en los años 20.
• Francisco Jiménez Casquet.
Vivía nuestro personaje en la calle más alta de “La Loma”. Barrio de casas humildes donde el pueblo se acababa dirección Norte. Cerca se encontraba el improvisado campo de fútbol donde hoy se asienta el grupo escolar “Antonio Relaño”
La citada Carmen vivía sola en su casa de “La Loma”. Sólo había casas en la acera izquierda. Todas las fachadas orientadas al mediodía. Así, con su privilegiada situación se divisaba todo el pueblo.
Un día nos enteramos los chiquillos de la “pandilla” que la “Tía Carmen La Telarilla” estaba secando una sera de higos de los conocidos como “pajarillos” muy apreciados por su dulce sabor y por el azúcar que desprendían cuando eran aprisionados después de secos. Tal vez por eso su nombre, “pajarillos”, porque eran los preferidos de los pájaros que terminaban con ellos en la higuera al madurar si no se colocaba en el árbol el famoso “espantapájaros” que eran una especie de muñecos ataviados de manera grotesca parecida a los seres humanos y que ahuyentaban a los ladroncillos alados cuando estos eran movidos por el viento. Fue un chivatazo de alguno de la “pandilla” que había descubierto el lugar donde los higos estaban puestos a secar. No era fácil llegar a los preciados higos, porque los estaba secando en una cámara situada en la segunda planta de su casa y para acceder a esa cámara había que pasar por la habitación donde la tía “Telarilla” hacía normalmente la vida de hogar.
En la época referida, los dulces eran artículo de lujo que sólo se podía degustar por Navidades o en fiestas de San Sebastian y de San Ildefonso. La “pandilla” estimulada en saborear tan grato manjar, estudiaba la manera y la estrategia de apoderarse de los higos de manera que pareciera una simple chiquillada y no trajera posteriores consecuencias para que nuestros padres respetaran la integridad física, especialmente del trasero, castigado con arta frecuencia por actos parecidos. Se dictaron las normas a seguir y que todos aceptaron especialmente por quienes habrían de cubrir los principales papeles de la trama.
La chiquillería había de llegar a la puerta de la “tía Carmen” cuando con certeza supiéramos que ella se encontraba en casa. Dos compinches fingirían una agresiva pelea y los demás montarían tal algarabía que nuestra inocente víctima se sintiera obligada moralmente a poner paz en tan encarnizada lucha. Los protagonistas habían de soportar golpes del contrario, tirones de pelos y de orejas propios de las riñas infantiles. Seguro que “la buena” de la tía Carmen no permanecería indiferente al escuchar la supuesta tragedia que se estaba dando en la misma puerta de su casa.
La parodia se convirtió en realidad. La tía Carmen salió a poner orden y paz en tan agraviosa pelea. Se acercó a la pandilla para tratar de separar a los contendientes mientras continuaba el griterío. Algunos golpes alcanzaron a la buena mujer que exclamaba:
-¡Que me vais a tirar!-
Más gritaba y saltaba la chiquillería tratando de disimular que por la puerta ya salían los intrusos encargados de subir a las cámaras con los bolsillos llenos del preciado manjar. Entonces nos apresuramos a dejar el citado lugar y bajar a la explanada, un tanto retirada de su casa, para repartir el botín.
La falta de comentarios de la “tía Carmen” había dejado oculta la finalidad de una pelea que más de una vez, pasados los años, sirvió de comentario entre los que habíamos intervenido en la relatada estrategia.
Juan Sánchez 2.014
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