OLULA DEL RÍO
Anécdota
• LA ESCRIBANÍA.
RELATO DEL LIBRO “La vida de Olula del Río en los años 20”.
Don Francisco Jiménez Casquet.
Después de la Dictadura del General Primo de Ribera. Ya en periodo de libertades, se constituyó, en un pueblo alejado de la civilización (Olula), el Ayuntamiento que había sido elegido en las últimas elecciones municipales.
Presididos por el Alcalde, honorable persona de la localidad, celebraban sesión plenaria sus once concejales, sentados alrededor de la mesa presidencial. En el centro de la misma mesa estaba situada una magnífica escribanía de plata de ley, de aquellas antigüas joyas que se componían de diversas piezas: tintero, salvadera (para secar la tinta fresca), peana, lacrador, etc. La parte alta de la escribanía remataba con una figura de plata maciza “un guerrero armado de espada que esgrimía en su mano derecha, cubierta su cabeza con el típico casco que protegía su cara. La figura remataba en un sello que servía para aplastar y dejar señalado el lacre para cerrar sobres y documentos importantes. En el Libro de Inventario del Ayuntamiento figuraba entre los bienes de la Corporación donado por un rico y acaudalado vecino que murió sin descendencia.
La sesión se celebraba de noche. Todo normal hasta que se fue “la luz”, circunstancia frecuente en aquel alejado pueblo de nuestra geografía.
Poco tiempo después volvió el fluido eléctrico y con él la sesión que se estaba celebrando.
Poco tiempo después volvió el fluido eléctrico y con él la sesión que se estaba celebrando.
Inició nuevamente el señor Alcalde la sesión, cuando de repente paralizó su discurso al observar con asombro, que había desaparecido la figura del “guerrero” que remataba la escribanía. Parecía que nadie, salvo el Alcalde, se había apercibido de la desaparición.
Titubeante, se dirigía su señoría a los componentes del Concejo en estos términos:
“Señores: Lamento tener que decirles que durante el apagón alguien ha sustraído de la escribanía el guerrero de plata maciza que la remataba, dejando incompleta esta valiosa joya, cuyos variados elementos constituyen un valor inapreciable. Seguramente, se ha consumado un mal pensamiento de alguno de los ediles que aquí estamos presentes rodeando la mesa presidencial, separados del resto de la Sala por la baranda de madera que nos independiza del público asistente, circunstancia que elimina la posibilidad de que alguno de estos haya podido ser el autor de tal hecho delictivo.
-Comprendo- siguió diciendo el Alcalde- que es muy violento, para quien haya efectuado la sustracción, devolverla a presencia de todos, identificándose como autor. Tampoco me parece digno para los componentes de la Corporación, llamar a la Guardia Civil para que proceda a cachear a cuantos ocupamos los estrados. Me parece más prudente hacer reflexionar a quien tuvo esa mala actuación y prefiero propiciarle un medio para que devuelva la valiosa pieza sustraída de la escribanía. Para ello, propongo que apaguemos nuevamente la luz. Y, con tal circunstancia, el que tenga dicho objeto tendrá oportunidad de rectificar su conducta devolviéndolo a la mesa sin que nadie lo identifique”
Todos los asistentes se quedaron perplejos al conocer tan desagradable suceso. Se miraban unos a otros y dirigían furtivas miradas hacia el resto de las piezas de la escribanía, porque desconocían el valor que el Alcalde había asignado a tan decorativo y práctico objeto, en época en que no se usaban las máquinas de escribir y menos los ordenadores.
Los componentes de la Corporación dieron su asentimiento por unanimidad a la propuesta del Presidente. El Secretario tomaba notas para consignar en el acta las incidencias de la sesión.
Alzó la voz su Señoría para llamar al Alguacil que estaba encargado de guardar el orden en las dependencias del municipio. Le dio orden de que, cuando él indicara, procediera a desconectar el alumbrado en todo el Consistorio, que podría restablecer cuando el propio Alcalde lo ordenara.
Se obró en consecuencia.
El Alcalde dijo: ¡YA! Y el apagón se produjo.
Sin ninguna luz, se percibió un rastreo de manos sobre la mesa, indicio de que se había producido la apetecida devolución. Cuando transcurrieron los segundos necesarios para la deseada devolución, todo ello en absoluto silencio, la Presidencia, con una conocida frase bíblica, gritó al municipal:
-“Hágase la luz”
Y la luz se hizo. Y el Alcalde, en incontenible gesto de desolación, se echó las manos a la cabeza enmudecido por la sorpresa de lo que estaba viendo:
¡Habían desaparecido las restantes piezas de la valiosa escribanía!
Todos los concurrentes, concejales y público iniciaron una vertiginosa carrera hacia la calle para zafarse de ser implicados en el hecho. Sólo permaneció, perplejo y desolado sin saber que camino emprender, aquel honorable representante de la autoridad que, en defensa del buen nombre de su pueblo y del patrimonio de su Ayuntamiento, estaba obligado a denunciar tan repugnante hecho.
Juan Sánchez 2.014
No hay comentarios:
Publicar un comentario