OLULA DEL RÍO
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                          OLULA: “Vida política años 20”


• “Olula del Río años 20”. Estampa Política.
• Don Francisco Jiménez Casquet. ABOGADO.

La breve reseña histórica sobre la vida política de nuestro pueblo, tuvo un significado exponente en las luchas políticas entre los dos bandos existentes -liberales y conservadores- como reminiscencia final del “liberalismo” que nos legara el pasado siglo XIX. Y claro que existían diferencias entre unos y otros.

Lo curioso es que las dos facciones no se conocían por el nombre político del partido a que pertenecían y en que militaban. “Los de arriba” era la denominación para los del partido Conservador. “Los de abajo” simpatizaban con el partido Liberal. Parece ser que ello respondía por la circunstancia de que unos vivían en la parte alta del pueblo y la mayoría de los otros en zonas bajas de la localidad.

La separación y discriminación de ambos bandos era tan ostensible que hasta querían influir en los chiquillos para que no jugaran unos con otros. Cosa que no consiguieron a Dios gracias.

En otros aspectos si llegó a evidenciarse.
El horno de pan cocer estaba distribuido por días de la semana. Unos días cocían los de “Arriba”, otros distintos, los de “Abajo”. El horno era lugar apropiado para que se formaran “animadas tertulias” donde se despellejaba al partido que ese día estaba ausente de cocer pan.

Las barberías, (aún no existían las maquinillas de afeitar) también estaban clasificadas: Antonio María era el barbero de los de “Arriba”. Los de “Abajo” se afeitaban en la barbería de Antonio Casquet.
Había dos Casinos, uno por bando; el Círculo Agrario para unos y otro que regentaba “El Grillo” donde acudían los de “Abajo”.

Pero la más absurda separación se daba en la propia Iglesia del pueblo (recordemos que sólo existía la pequeña Iglesia de los “Santos Patronos”), los del bando liberal se sentaban a la derecha según se entra al templo. Los conservadores lo hacían a la izquierda, junto al altar de la Virgen del Amor Hermoso. Esta separación era un evidente desprecio de lo que, por su esencia, debían ser las concurrencias en aquel sagrado lugar, donde se predicaba la doctrina de Cristo.

Es curioso anotar que no terminó con la desaparición de los partidos turnantes la idea que los de “Arriba” estaban adscritos al sector derechista de la política y los de “Abajo” al de la izquierda, como lo prueba el hecho de que, al vencer las izquierdas en las elecciones de 1.936, los triunfadores hicieron popular una canción que decía:


                               “Paco Martos y el Picoto,
                               el Chaparro y el Barriga,
                               han caído en la desgracia
                               por votar a los de arriba.”

Esto, a su vez, viene a acreditar cuál era la mentalidad de la época respecto a los conceptos de libertad y respeto al criterio contrario, lo que, en este caso, se manifiesta en la crítica pertinaz hacia aquellos que, no obstante su condición humilde, habían votado a la derecha. Antes y ahora inciden principios antidemocráticos quienes desprecian y critican a los que no comparten sus personales criterios. 

Las luchas entre los de “Arriba” y los de “Abajo” tuvieron su punto culminante varios años antes de la década de los veinte, con un hecho que marcó sus notorias diferencias para mucho tiempo después, tan cruento y desagradable que ni siquiera se repitió en el pueblo durante la enconada época de la Guerra Civil, iniciada en el año 1.936.

Estaba entonces en el poder el partido Conservador, cuyo líder en el Distrito era el Senador del Reino Sr. Díaz Cañabate, y se aproximaba una contienda electoral.

Lógicamente, se acentuaban las diferencias entre los dos grupos políticos, quienes, para atraerse adeptos, recurrían a medios tan poco democráticos como las promesas del favor, tan frecuente en aquel sistema, y aún la amenaza y la violencia física.

A medida que se aproximaba la época de elecciones, crecían estas irregulares actuaciones de uno y otro bando, excitando los ánimos en tal forma, que se hacía bien previsible un enfrentamiento entre los mismos.

Y el hecho se produjo: una aciaga tarde, se habían congregado en la Plaza del Ayuntamiento gran número de vecinos, no sé con que motivo; pero lo cierto es que entre los dos bandos rivales, de las palabras se pasó a los hechos, entablándose una violencia colectiva.

Como quiera que entre los contendientes aparecieran armas de fuego, al cundir el pánico, los de “Arriba” se refugiaron en el Ayuntamiento, que entonces era su feudo, y los de “Abajo” en la que conocíamos por la casa de Doña Eudoxia, de la familia de los Requena.

La plaza quedó totalmente desierta, se cerraron las puertas y el silencio reinante presagiaba la tragedia. Y ésta sobrevino cuando un exaltado miembro del bando “liberal” saltó al centro de la Plaza y, extendiendo los brazos, comenzó a gritar:

                                   -¡Vengan a mí los Cañabatistas!-

La respuesta no se hizo esperar. En una de las ventanas del Ayuntamiento asomó una escopeta y se produjo un disparo que, hiriendo mortalmente al exaltado e indefenso contendiente, dio con él en la tierra.
El muerto se llamaba Carlos. El matador permaneció en el anonimato por el sigilo que guardaron sus correligionarios.

Según mis noticias, el hecho quedó impune. ¡Gajes de aquellos tiempos de los que se afirma que la Justicia estaba mediatizada por la política, despreciando los dictados sobre la separación de poderes que ya había inspirado Montesquieu!

¿No se por qué me suena esto al día de hoy!


Juan Sánchez FEBRERO-2.015