OLULA DEL RÍO
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“Conquista de Tíjola”
25 de marzo de 1.570

POR: José Acosta Montoro.
“El Valle del Almanzora durante el Islam”.

11 de marzo. 1.570. Don Juan de Austria instala su campamento en Tíjola.
Descripción de la Villa por Mármol:

“Está a una legua de Serón, yendo el río abajo en la propia acera. Fue antiguamente edificada por los moros en un monte áspero y fragoso, cercado todo de peñas muy altas, que no dan más de una entrada bien dificultosa a la parte de la sierra; y los moradores, por caerles tan a trasmano la morada antigua para sus labores, habíanse bajado a vivir al pie del monte, cerca de las huertas y del río. Los cuales en ocasión de este levantamiento repararon los caídos muros, y se recogieron a lo alto con sus mujeres e hijos”.
Cuando supieron que llegaban las tropas de Don Juan de Austria, los moriscos metieron dentro de la fortaleza a cincuenta turcos de guarnición, pensando defenderse de cualquier acontecimiento. El Príncipe, Don Juan, para cercarlos, ordenó que se ocupase la montaña que cae a la parte de Purchena, la estribación que separa a Armuña de Suflí, y también la que cae del otro lado hacia Serón, donde pondría la artillería. 

Mientras tanto, y a sugerencia suya, se permitió al Capitán Francisco de Molina, que conocía de antiguo a Hernando el Habaquí, que negociase con él. El Habaquí, inquieto y curioso personaje, siempre estuvo vinculado a la causa morisca, desde que, desde su Alcudia natal, acompañó a don Juan Enriquez de Baza en su misión de viajar a Madrid y pedir audiencia a Felipe II, audiencia concedida, pero baldía tras la intervención negativa del Cardenal Espinosa. El Habiquí, que había pasado al uso de las armas, estaba de jefe en Purchena, donde tenía recogida la fuerza del Valle del Almanzora.

Respondió el morisco al aviso de Molina que al día siguiente saldría de Purchena con cuarenta de acaballo y cincuenta escopeteros a pie y que de su parte fueron otros tantos, y que tratarían del asunto. Una vez en el lugar de encuentro, se adelantaron los dos interlocutores, pero mientras Molina iba sólo, al Habaquí le acompañaban dos turcos, desconfiados. Al fin, cuando con pretexto de la comida, pudieron apartarse de ellos, Molina aconsejó al morisco que entrase al servicio de Su Majestad para su bien. 
Respondió el Habaquí que agradecía el consejo, pero que todo debía realizarse de manera que turcos y moriscos no recibieran daño. Quedaron en hacer lo que se pudiese, que el Habaquí hablaría con su jefe Aben Aboo, y que en diez días volverían a encontrarse.

El 20 de marzo escribió el Habaquí a Francisco de Molina, citándole. Con el pretexto de que el capitan estaba ocupado en plantar la artillería que empezaría a disparar al día siguiente, con lo cual se transmitía la amenaza de demolición, y, sin duda, porque ya se quería dar a las conversaciones mayor calibre, envió Don Juan de Austria a Don Francisco de Córdoba, que había acudido a formar parte de su Consejo en lugar del fallecido Don Luis de Quijada. Ambos representantes quedaron conformes en sus respectivas ofertas, especialmente en que los rebeldes debían abandonar las fortalezas como principio de entendimiento. A partir de entonces se adivina que el Habaquí veía la causa totalmente perdida y que pretendía acordar la paz por su cuenta, lo que le acarrearía singulares venturas y, finalmente, la muerte.

El día 21 hizo pregonar el Habaquí en Purchena que todos los moriscos se recogiesen en la Alpujarra, porque no les convenía defenderse en las fortalezas, pues serían degollados como ocurrió en Galera y como sucedería en Tíjola si no se iban a tiempo. Un renegado siciliano que escapó de la torre tijoleña, dijo en el campamento de Don Juan que dentro de la fortaleza estaban acobardados y temían tanto a la artillería, que ni a palos podían los turcos hacerles ir a la muralla: que sólo pensaban en huir: que tenían trigo y cebada en abundancia, pero poco agua al no poder salir al río, que repartían con una medida pequeña, y que, como había tantas mujeres y niños, en dos días se les acabaría.

La noche del 22 de marzo, miércoles de Semana Santa, aprovechándose de la lluvia y de que había niebla, los moriscos huyeron por todas partes. 
Los sitiadores entraron en la fortaleza con facilidad, por el hueco que había hecho el cañonazo de una bola de batería. Señala Mármol que “fueron muertos muchos de los que huían; captiváronse muchas mujeres, y ganóse un rico despojo que habían recogido los moros de aquel lugar fuerte”.

Los soldados entraron en desorden, dados al habitual saqueo. Don Juan dispuso que no se permitiese pasar a ninguno, y mandó aviso a Serón y a Baza para que prendiesen a los que fuesen por allí y se los enviasen. Ya había escrito al rey, en carta fechada en Tíjola el 12 de marzo, al día siguiente de comenzar el cerco de la fortaleza, quejándose de la indisciplina y rapacidad de los soldados, y después, desde Cantoria, el día 30, volvería a escribir a su hermano mostrando mayor indignación, olvidado de que por el bando de guerra se estimulaba aquella rapacidad.
Según Mármol, se contaron cuatrocientos entre muertos y cautivos. Los que huyeron a Purchena iban aterrorizados. Para evitar que la soldadesca que entraba en la fortaleza se apropiara de las mujeres y de la ropa, Don Juan ordenó a Lorenzo de Mármol, hermano del cronista, “que se apoderase de las mujeres y bienes muebles que había en nombre de Su Majestad, para repartirlo todo por su mano, como se hizo”.



Juan Sánchez Febrero-2.015