sábado, 13 de junio de 2015

SERÓN: "POLVO DE HIERRO Y ESTRELLAS"

OLULA DEL RÍO
Comarca

SERÓN:
“POLVO DE HIERRO Y ESTRELLAS”

EL PAÍS: Reportaje fin de semana.
Andrés Campos 14 de agosto de 2.010

Serón es un pueblo de calles empinadas como trampolines de saltos de esquí que se yergue sobre un estribo norteño de los Filabres, dominando los verdores hortofrutícolas del Alto Valle del Almanzora.
Sobre el blanco caserío descuella un castillo moro, para ganar el cual, cuando la rebelión morisca, Juan de Austria pasó las de Caín, pues recibió un balazo en la cabeza y vio morir a su ayo. Trepando por las difíciles cuestas de Serón, entre secaderos donde los jamones se curan al aire fragante a pino y a tomillo, al viajero se le despierta un hambre canina y una compasión no por Don Juan, que andaba a caballo sino por el pobre repartidor de butano.
Claro que peor era el trabajo de las minas. Dos horas echaban los hombres para subir a pie al tajo, que estaba a 10 kilómetros y 700 metros más alto, y otras dos para bajar, a veces con la nieve hasta la cintura, después de pasarse el día arrancando el hierro de las entrañas del monte. Todo ello por un jornal que, a mediados de siglo pasado, rondaba las ocho pesetas, lo que no daba para comprar más que un kilo de arroz. El periódico (50 céntimos de peseta), para un minero de Serón, era un lujo impensable.
Recuerdo de aquella afanosa edad de hierro es la vía verde del Almanzora, la cual aprovecha parte del trazado del tren que transportaba el mineral hasta el puerto murciano de Águilas, desde donde se enviaba en barco a Sagunto e Inglaterra. Construida en 1.894 por la compañía británica The Great of Spain Railway, la línea, de más de 160 kilómetros, perdió su razón de ser cuando cerraron los pozos en 1.968 y fue clausurada el 1 de enero de 1.985, dejando a lo largo del valle un reguero de puentes de hierro, estaciones, cargaderos y ancianos de tez herrumbrosa que, a diferencia de Jorge Manrique, opinan que cualquier tiempo es mejor que el pasado.
La “Vía Verde” está acondicionada para ciclistas y caminantes en el término de Serón, ofrece un recorrido de casi 12 kilómetros desde el cargadero de los Canos hasta la barriada de El Ramil Alto: un llanísimo paseo con vistas al pueblo blanco y cuestudo; a la vega reventota de olivos, almendros, higueras, vides, granados, nísperos y cerezos, y a las cumbres de más de 2.000 metros que asombran el valle. Aparte del paisaje, que no es ni mucho menos el típico de Almería, sorprende el cargadero de los Canos, una obra faraónica de mampostería adonde el mineral llegaba directamente desde el monte en baldes suspendidos de un cable de acero de 8.104 metros. Y sorprende también la bonita estación de Serón, con su marquesina sostenida por columnas de forja, que justo ahora está siendo rehabilitada como restaurante, ¡Qué no hubieran dado los viejos por comer a manteles y por tener una “mountain bike” para subir a la sierra.
La fiebre del hierro del Alto Almanzora dejó unas ruinas fantasmagóricas en el poblado de las Menas, cuyas ruinas yacen diseminadas en un áspero barranco al sur de Serón, a 1.500 metros de altura. Este enclave, surgido al arrimo de los criaderos más ricos, llegó a albergar a 2.500 personas en su época de mayor esplendor y a ser el centro comercial y de servicios de toda la Comarca. En las Menas había hospital, viviendas para directivos y trabajadores, residencia de solteros, oficinas, central eléctrica, talleres de forja y carpintería, almacenes, economato, panadería, casino, cuartel de la Guardia Civil, capilla e incluso plaza de toros.
Tras cuatro décadas de abandono y el rudo clima montano, hoy es un escalofriante páramo marciano, lleno de cráteres, rocas oxidadas y chatarra de un mundo que se antoja infinitamente lejano.
No se ha perdido todo en las Menas, sin embargo. Un plan promovido por la Junta de Andalucía ha permitido frenar la destrucción y rescatar viejas edificaciones para satisfacer la curiosidad del viajero. Son arquitecturas de estilo centroeuropeo, que se hicieron al gusto de los jefes (mejor dicho, al gusto de las mujeres de los jefes) de las empresas mineras: la holandesa W.H.Müller, la inglesa The Bacares Iron Ore Mines y la belga Compagnie des Mines et Chemins de Fer Bacares-Almería. La más llamativa es la ermita de Santa Bárbara, erigida en 1.911 en honor de la patrona de los mineros, cuya torre rematada por una fina aguja octogonal da un aire tirolés a estas montañas que muy típicamente almerienses no son. Para mayor exotismo, en una placa de hierro instalada tras la última restauración aparece escrito “Hermita”, con h de hermitage.
Además de ruinas y oscuras bocaminas, en el corazón de la sierra hay lugares radiantes, de una blancura que hace daño a la retina. Como Bayarque, una aldea moruna que fue del marqués de Villena, rodeada de montes de almendros y olivos, con un cementerio en lo más alto, pulcro y panorámico, donde debe dar gusto estar enterrado. Más arriba está Bacares, que es el segundo pueblo más elevado de la provincia (1.213 metros) y, según anuncia un cartel en la plaza, la perla escondida de la Sierra de los Filabres, una perla partida en dos por el río del Medio: a un lado, la iglesia mudéjar; al otro, el castillo. Y más arriba aún relucen las cúpulas del observatorio astronómico hispano-alemán de Calar Alto, que fue construido en 1.973 sobre la cúspide de la sierra, a 2.168 metros.
Aquí, con cita previa se puede ver el mayor telescopio de Europa continental, y sin cita, pero con el permiso de las nubes, un paisaje enorme, especialmente bello hacia el sur, donde la mirada abarca desde Sierra Nevada hasta el mar Mediterráneo, pasando por el desierto de Tabernas, la imagen más típica, esta sí, de Almería”.



Juan Sánchez-JUNIO-2.015

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