jueves, 12 de marzo de 2015

MACAEL: "UNA FORMA DE VIVIR"

                                                            OLULA DEL RÍO
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                                            “MACAEL: UNA FORMA DE VIVIR”

La familia macaelense ha sido tradicionalmente extensa; se suele repetir que como la mortalidad infantil era alta había que preocuparse de traer un buen número de hijos al mundo. Un informante bastante prolífico comentó:
-“Tengo seis hijos con mi mujer y tres “acristianizados” (ilegítimos). Aquí ha habido familias hasta con veintiún hijos. Era un to pa´lante. Los padres como no tenían que darles los echaban a la calle, fueran descalzos o calzados. Pronto se les ponía a trabajar en el campo o en las canteras”. Parece que durante el periodo álgido de la Guerra Civil, cuando las organizaciones proletarias sostenían al Estado republicano, las mujeres macaelenses no llegaron a apreciar plenamente la propaganda de estas organizaciones a favor del amor libre o de la planificación familiar. Una mujer enrolada políticamente en la guerra nos decía:
“Entonces estábamos muy encerradas. Nos reuníamos todas en donde estaba el Partido Comunista para coser, allí venían también las del Partido Socialista; poníamos la radio y cosíamos. No teníamos contactos con los hombres”.
Llegados a este punto nos retraemos al momento del noviazgo.
El lugar más indicado para buscar novia eran los bailes de los sábados. También los momentos en que las chicas salían a pasear o a un “mandao” eran aprovechados por los galanes para hablarles por el camino. Siguiendo la generalizada costumbre de la época las madres vigilaban de cerca a sus pupilas en el baile, tosiendo ante el menor indicio de que los jóvenes danzantes pasaran a mayores. Tampoco era mal sitio para comenzar las relaciones de noviazgo una reunión o corro, sobre todo aquellas que se celebraban en noviembre para “desparfollar” o “espafollar” el panizo con el que se hacían colchones. Reunidos en derredor de la chimenea los muchachos debían besar a la chica que estuviera a su lado, y ya procuraban que cayera al suyo la que deseaban, cuando le saliese una panocha “pingosa”. A este clima contribuían decididamente los “cuentos verdes” y de terror, tan dados al acercamiento de los cuerpos. El expresivo término “pedir sillas” significaba el permiso paterno para frecuentar la casa de la novia y el inicio del noviazgo formal. A partir de entonces una jarra de agua y dos vasos, junto con una silla vacía que separaba a los novios.
Lo cierto es que las relaciones de noviazgo acababan en muchos casos con el “llevarse la novia” como ritual alternativo con una formalidad escueta, sin solemnidad ni fastuosidad y con específica coherencia y eficacia.
Los canteros macaelenses que tuvieron contacto en tiempos pasados con otros lugares de fuera de Andalucía Oriental, área donde está muy generalizado el matrimonio consuetudinario, saben de la singularidad de éste: “Lo de llevarse la novia es de por aquí. Cuando yo en 1.944 estaba en Cuelgamuros no podía decir que no estaba casado, porque la gente se me hubiera echado encima. Los curas han luchado mucho contra todo eso, pero…”
La opinión generalizada reza que esta forma matrimonial se ponía en práctica “para no hacer gasto”. “En realidad no había rapto, puesto que la novia estaba de acuerdo”, se afirma. Cuando se marchaban los novios lo hacían lo más lejos posible, es decir todo lo que sus medios económicos les permitiesen. Los más pobres se conformaban con una pensión en Olula del Río. Si eran más acomodados, subían al tren y arribaban a una pensión de Granada.
La noche de la desaparición los padres no avisaban a la Guardia Civil, ya que automáticamente se asociaba la ausencia al “rapto”. Desde ese momento el matrimonio estaba consumado y legitimizado a los ojos de todos. La expresión “aquí todos nos llevamos la novia” y la ausencia de inhibiciones a relatar sus propios casos al etnólogo, ratifican el carácter de matrimonio consuetudinario que el “llevarse la novia” tuvo y tiene entre los macaleros.
La vuelta a casa requería otro ritual. Un hombre mayor actuaba de intermediario entre las familias. Mientras duraba el “rapto” la madre se ponía un pañuelo negro, y “la puerta de la casa permanecía cerrada” rompiendo la costumbre mediterránea de tener la casa abierta durante todo el día.
Cuando el nuevo matrimonio volvía al pueblo la gente les saludaba por la calle transmitiéndole sus felicitaciones; incluso el novio y sus amigos se juntaban para celebrarlo. En el momento del encuentro familiar los padres ponían malas caras y regañaban. “La suegra -se nos dice- era la que más regañaba; soltaba: “¿es que no podíais haber esperado?”.
Pero nada, después de eso nos íbamos a comer y allí no había pasado nada”. Otro cantero relataba su caso así: “A mí me echó mi padre, pero a mi mujer la recogió. Pasado algún tiempo me mandó decir: “Mira Manolo, que estoy malo; que vayas hoy a la cantera con los gueyes”. Luego nos juntamos a comer, y ahí acabó todo. La nueva familia pasaba a residir en casa de los padres o de los suegros; “donde hubiese sitio”, se suele repetir. En cualquier caso la costumbre era vivir al menos un año con los padres. El final del proceso se cerraba por lo general unos años después de la fuga cuando acompañados las más de las veces por varios hijos habidos ya del matrimonio. Una madrugada iban a que el cura sancionase lo que ya era legal a los ojos del pueblo desde tiempo atrás.
Como en todo lugar, los matrimonios se realizaban entre similares sociales, y en ocasiones, tal que ocurría entre los carreteros, la tendencia era endogámica. La endogamia era norma, de otro lado, entre los “ricos” del pueblo. Los canteros comentaban que las ricas los odiaban, hasta tal punto que no pocas no habiendo encontrado pretendientes adecuados para casarse preferían la soltería a un matrimonio desigual. Los carreteros podían ser un buen partido, pero sus noches en vela subiendo los bueyes a la cantera, afirmaban, hacían más preferibles a un cantero. A diferencia de estos últimos los carreteros se casaban por la Iglesia, y sus mujeres llevaban ajuar a la boda, lo que indicaba un cierto desahogo económico. Un grupo marginal en lo social y en las estrategias matrimoniales -tanto como los “ricos”- era el de los cortijeros, personas consideradas por los canteros como incultas y rudas. En Macael existían pocos cortijos, y en las canteras sólo se recuerda que viviese una familia. En la categoría de “patanes” o cortijeros se incluían a los vecinos de Laroya. (¡Que bien!).
Del conjunto de los “patanes” se decía que si acaso se casaban con las “feillas”. Los matrimonios por clase, edad o viudez eran desaprobados y ritualmente con la realización de la “cencerrá”, entre cuyos elementos sonoros se utilizaban las trompas de las canteras.
Juan Sánchez-MARZO-2.015

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