OLULA DEL RÍO
Comarca

“HISTORIA DE UN MORTERO”


María Sánchez Fernández
Úbeda, 29 de Marzo de 2.015

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Siempre lo conocí, desde que era niña. Formaba parte del menaje de cocina de mi madre como ahora lo forma de la mía
Permanentemente estuvo ahí, como un utensilio más que se usaba cada día como algo imprescindible y natural.
Un día mientras hacía un majado de ajo, perejil, almendras y cominos para el aderezo de unas patatas “al ajillo”, reparé con más atención en él, en aquel mortero que estaba utilizando en ese momento y del que continuamente me serví como se usa cotidianamente un cucharón, una escurridera o un colador. Ya que estaba limpio, brillante y colocado en su lugar de toda la vida me fijé detenidamente en él. Lo miré como si descubriera algo nuevo que no hubiera visto nunca y pude observar llena de admiración todas sus peculiaridades.
Después, algo más tarde descubrí….
¡tantas cosas! De trazo elegante y de una blancura ya tomada por el paso de más de cien años de vida activa. Sólido. Pesado. De forma ligeramente cónica pero invertida. Una pequeña peana formaba su base de donde iba partiendo su forma abierta y ascendente. En su borde, cuatro salientes ornamentales en el que se denotaba en uno de ellos una pequeña ranura para que pudiera vaciarse con facilidad el líquido obtenido del majado. Su mano, para machacar o majar, parecía ser de nogal por las numerosas vetas de colorido ya oscurecido, y estaba tan mermada por el constante uso, que ya solamente se veía asomar una mitad de lo que fue un día. Mortero y mano formaban una unidad inseparable.
Pensé: -Así será mientras esté a mi servicio y, esto, mientras Dios me dé vida. Lo miré con cariño, pues conforme nos vamos haciendo mayores valoramos más las cosas u objetos que nos han acompañado en nuestro caminar a lo largo de los años. En aquel momento él para mí era un objeto vivo, y como a tal le hablé y lo traté, como a un “algo” que tuviera voz y alma. ¡Y vaya si la tenía! Lo miré fijamente y le dije: -Siempre has formado parte de mi vida. Recuerdo a mi madre cuando trituraba en tu interior especias, frutos secos, tamizaba el azúcar para los polvorones, hacía el rico ajoblanco, batía el tomate, el aceite, el pimiento molido y los cominos cuando iba a condimentar el pimentón almeriense…La recuerdo manejando tu mano de madera golpeando en tu interior con su habitual energía y rapidez
¡Cuantos recuerdos me traes a la memoria, amigo querido! ¡Y qué entrañables recuerdos! No conozco tus orígenes ¿Me las quieres contar?.
Entonces el mortero, cobrando vida, con su voz hueca y fría, estancada desde que nació, me respondió:
-“Vengo de allá, de la Sierra de los Filabres, provincia de Almería, y mi madre es una enorme y noble cantera asentada desde el principio del principio en la zona de Macael. De este milenario asentamiento han salido las obras más bellas de la arquitectura, de la escultura y del arte ornamental. He sabido, por comentarios escuchados aquí, en mi lugar de siempre que, procedentes de la Edad Antigua, fueron descubiertos en la Sierra de los Filabres ídolos y abalorios esculpidos en el mármol blanco alumbrado del seno inmaculado de esta legendaria cantera”.
Suspiró, se aclaró la voz enronquecida por el esfuerzo realizado y siguió con pausado temple:
-“Ya la explotaron los romanos para muchos de sus palacios, templos y teatros, entre ellos el teatro romano de Mérida.
Después formó parte en el arte andalusí.
Los Omeyas construyeron Medina Azahara con los bellísimos mármoles blancos de Macael. Más tarde los Nazaritas; las 124 columnas del Patio de los Leones de la Alhambra, en Granada, son mis hermanas de origen. En el Renacimiento se esculpieron esculturas, panteones de reyes y grandes hombres. La cantera es inagotable, se da por entero para bellas causas como buena madre que es. Su mármol blanquísimo es la joya de las tierras almerienses y el orgullo de la Península Ibérica”.
El mortero prosiguió su relato que yo escuchaba la curiosidad y admiración de poder empaparme de unas palabras tan instructivas, tan sabias, de un objeto que yo solamente había utilizado en mi vida para majar aliños en mi cocina. Después de tomar aliento continuó:
-“A principio del Siglo XX, al cortar los canteros un gran bloque, se desprendió de él otro más pequeño. Un tallista, aquel que fue mi padre, lo llevó a su taller y esculpió dos morteros idénticos”
Suspiró nuevamente y continuó. ¡Era ya tan anciano! Le gustaba hablar, pero su voz seguía siendo sólida y grave.
-“Pasó por la tienda de dicho taller un señor de la capital, vio el brillante trabajo artesano, se maravilló y al instante fueron adquiridos por él aquellos dos morteros. Uno lo regaló a su esposa y el otro a su joven hija casadera para que formara parte de su ajuar. Ahí entro yo como algo vivo. Como algo que va a cumplir una función
Cuando la boda se celebró me vine a esta ciudad (Úbeda) con la joven pareja de recién casados formando parte activa en sus vidas cotidianas. Siempre me cuidaron y mimaron y me sentí orgulloso de ser un ornamento útil en aquella cocina. Ahora eres tú quien me cuida y me mima y haces que me sienta, no un objeto más, sino algo práctico y provechoso para ti, ya que en los tiempos actuales los brazos eléctricos me han anulado. Sé que tienes uno, por aquello de la rapidez, pero también sé que me prefieres para tu cocina artesana; la que te enseñó tu madre y a esta la tuya”.
Presentí por un instante que su voz se quebraba. Estaba emocionado. Yo también me conmoví. Era un mortero, solamente un mortero, pero dejaba adivinar en él una enorme ternura y un alma escondida que le vibraba en su oculto rincón:
-“Me siento feliz cuando me muestras a tus amigos como una joya que heredaste de los tuyos y que me sigues utilizando como algo imprescindible en tu cocina.
Sé, porque lo has comentado delante de mí, que muchos de ellos han ido a casa de anticuarios donde muestran a mis primos como momias rescatadas del tiempo. Los adquieren, por precios exorbitantes, pero solamente para lucirlos como objetos decorativos, mirarlos, sopesarlos y decir con orgullo: -es una joya de más de cien años”.
De nuevo tomó aliento y me dijo:
-“Tengo la certeza que seguiré contigo hasta que tu corazón deje de latir. Esto si la mía no se quiebra antes por cualquier accidente. Ya sabes que el mármol es más duro y consistente que la materia humana. Si te sobrevivo, posiblemente seré una momia más que decore cualquier cocina- comedor solamente para ser mirado, nunca utilizado. Si es así, siempre os recordaré con todo el amor que puede sentir un mortero. Hueco en apariencia pero con un alma plena de sensibilidad y romanticismo.
Suspiró y calló para siempre. Nunca más cruzamos palabras. Lo sigo utilizando cada día. Ahora quizá con más cariño, pues a pesar de tantos años de convivencia nunca me había sentado tan cerca de él como hasta ahora que sabía la historia de su vida.



Juan Sánchez-ENERO-2.016