OLULA DEL RÍO
Comarca

“ACTITUDES COMARCALES ANTE LA MUERTE”

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Los comarcanos, como en general el resto de los almerienses y españoles, se muestran a la vez escépticos y resignados ante el fin inevitable e ineludiblemente cierto. La muerte. La actitud más natural sobre la muerte es el miedo y este miedo suele rodearse de un ceremonial y de un temor supersticioso.
Cuando se habla del cementerio, casi nunca se le nombra directamente sino con una referencia, así: “En Líjar, se dice: “Los tres almendros”. En Albox, “el cortijo grande” o “San José” o “el sequero”. En Taberno se llama “El Allozar”.
El proselitismo del Concilio de Trento para captar adeptos para la religión cristiana hacía un recuerdo constante de la muerte en un sustrato geográfico y cultural argárico y morisco cuyas civilizaciones enterraban a los muertos en sus mismas casas.
Para avisar que alguien se ha muerto tañen de manera triste las campanas. En el Almanzora nos sentimos estoicos ante la muerte, a pesar de ser una constante cierta. La muerte se ve con resignación a quiénes quedan aquí que son los únicos que tienen la posibilidad de resignarse.
Son diversos los hechos que auguran la muerte, como “silbios” de mochuelos o caerse las cacerolas de las lejas.
Dignas de mención son ciertas premoniciones como las de La Sorda de Líjar con sus llamadas “ensoñaciones”. Es decir, hay personas que son capaces de adivinar con varios días de antelación quien del pueblo va a morir. Estos adivinos casi siempre tienen un defecto físico. Sotomayor habla de un tal “Melchor el Ciego” el que “de noche divisa los muertos” a pesar de su ceguera. En Líjar estaba “la Sorda” que presentía o adivinaba quien iba a morir en el pueblo.
Se dice que a los muertos les dura el oído media hora. En este tiempo no es conveniente gritar o decir palabras o improperios porque el muerto los oye. Además está comprobado que la persona que acaba de morir pierde automáticamente 23 gramos de peso respecto a segundos antes de morir. Es el peso del alma, el peso del espíritu que se separa del cuerpo físico.
Tocan tristes las campanas de la iglesia para darle el adiós al finado, el último adiós desde un ataúd de madera. Es la despedida o el “quitárselo de encima” si es un viejo. La mortaja es el resto cultural del ajuar primitivo prehistórico. Argárico. El muerto debe ir decentemente vestido hacia la otra vida. Con traje y zapatos negros. Las mujeres con un vestido negro.
El seguro “de los muertos” es una especie de preparación para la muerte y tiene su origen en lo que antes, (Siglo XIX), era la adscripción a una cofradía cuyo objetivo era aligerar económicamente los gastos que suponía el entierro de una persona. El féretro era conducido al cementerio a hombros sólo de hombres allegados, no familiares directos. Los hombres se iban turnando en su conducción. Podían ser los portadores amigos o clientes del finado. En Olula del Río por los años 60 un gitano estaba presente en todos los entierros siempre dispuesto para llevar el ataúd. Todo ha cambiado y hoy se conduce el cadáver al tanatorio y al cementerio en coche.
Al muerto se le proporcionaban unas exequias fúnebres y un panteón o al menos una lápida con su nombre para que no tuviera queja. Si sus deudos no se portaban bien, el muerto podía “salir”, “aparecerse”.
A los muertos les rezamos y les decimos misas para que salgan del purgatorio y para que no se nos aparezcan. Tenemos además un día especial del año dedicado a ellos que es el día de los “difuntos”.
Las mujeres de Olula del Río hasta los años 50 ó 60 no iban a los entierros. Se quedaban en sus casas o acompañando a la viuda o hijas del difunto que tampoco iban al cementerio.
La noche de Difuntos se le ponía una vela a la Virgen. Al día siguiente se colocan flores sobre las tumbas.
Encima de la puerta principal del cementerio de Olula siempre hubo una placa de mármol con el siguiente adagio filosófico:
“Toda la escala social
se iguala en esta mansión:
Los restos no se distinguen.
Sólo polvo y lodo son”
Respondían estos versos a una tragedia amorosa habida en este pueblo en que por diferencia de clase social se malogró una joven y acomodada muchacha que quedó embarazada de un humilde campesino. El señorito no dio su brazo a torcer y la hija murió trágicamente.
Hemos de recordar también que en tiempos pretéritos, (Siglos XVIII y XIX) ya se practicaba la “eutanasia casera”. Consistía en proporcionar a los moribundos ya desahuciados una taza de chocolate al que se le añadía un potente veneno para acelerar la muerte. A esto se le llamaba “dar chocolate” o “el jicarazo”.
Y es que nuestra comarca en particular, se caracteriza por sobrevivir en ella elementos de cultura popular de raíces muy profundas, conservados en su “forma cultural de ser” de un modo heredado e inconsciente de las culturas argáricas, griegas y árabes.


Juan Sánchez-OCTUBRE-2.015