OLULA DEL RÍO
Comarca

MACAEL:
“La Cascona”

Autor:Andrés Molina Franco
Profesor Técnico.
IDEAL-30/06/2.015


El sábado trae aires de boda, la casa encalada para la ocasión luce puertas pintadas en aceite de linaza, los muebles con sus tapetes de hilo egipcio asientan jarrones y figuras de cerámica, una flor cortada da color y olor a la estancia.
El espejo del aparador brilla para que su reflejo deslumbre en las fotos. Los dormitorios limpios como una patena extienden las mejores colchas y el Niño Jesús recostado en la suave almohada, se alterna con el Corazón de Jesús y el crucifijo en las paredes.
Los armarios abiertos dejan ver ropas recién cosidas, ordenadas en las perchas desprenden aromas de alcanfor. La radio suena fuerte, una canción de Juanita Reina alegra la mañana de ajetreo en la cocina, la olla hierve un caldo, las bandejas de medias lunas rellenas de chorizo, salchichón, queso y anchoas, están listas para liarlas en papel. Los garbanzos torraos blanquean con el yeso esperando el diente de un viejo, los almendrados, el anís y el pipermint se guardan en la caja de madera lejos de las manos de los críos.
El sacristán ha abierto la iglesia a primera hora, el cubo de agua y los trapos friegan el suelo ajedrezado, una lágrima de cera vierte de un velón y los ramos en los bancos cuelgan atados con una cinta de color. El reclinatorio para los novios se engalana de fina tela de organdí con puntillas, los paños del altar planchados con agua de azahar, caen tersos iluminados por el efímero destello de la vidriera.
El cura extiende su casulla de blanco inmaculado y su estola bordada encima del arcón, los monaguillos no son menos y hoy estrenan unas sayas nuevas que la abuela ha encargado.
La cantera esta mañana no despierta al ruido, solo el perro sin olfato no ha sido convidado, extrañado por la falta de su amo se recuesta en la puerta del cortijo a la espera de su ración de pan duro y agua.
El sol avanza por el Cerro Ocará, las calles bullen, se nota la fiesta, la mujer tras la rendija de la ventana husmea apuntando cada detalle de las vecinas del barrio…Juanita -el mismo vestido de la boda de su prima-…Manolita-los zapatos baratos del mercado y una media rota-…Antoñita-las canas no las tapa su flequillo al aire-…Pepita-con marido nuevo de profesión albañil-.
La casa de la novia es un ir y venir de jofainas y azafates llenos de agua limpia, el traje de novia sobre la cama, de larga cola y mangas abullonadas, en el tocador los pendientes de cristal que la madre llevó en su enlace, una esclavina de oro y un collar de bolas blancas, enfrente coloretes, pintauñas y colonia de Maderas de Oriente.
Ya toca el reloj las once campanadas, vestirse es todo un ritual donde la madre, las hermanas y las primas, van rellenando el maniquí estático de tul, organza y seda.
Los zapatos blancos y puntiagudos marcan el tacón altivo, la media se eleva lentamente hasta la liga, los coloretes dan a la cara el rosáceo de una flor temprana, los guantes largos cubren el brazo, el tocado de florecillas coge su pelo tupido remata la figura grácil.
El padre, los hermanos y los primos andan en el salón, nervioso el padrino abre la tapa de su reloj de bolsillo, la cadena dorada pende del botón de la chaqueta, una foto antigua del abuelo de largos bigotes aparece esmaltada en sepia.
La calle se anima, jóvenes cansados de la despedida de soltero aún bailan acordes de acordeón, bandurria y laúd.
El ramo de flores con fino lazo azulado abandona el jarrón de cristal, una sonrisa sonrojada abre la cancela de la casa. Un flash encandila la blancura nívea y un ¡viva la novia! inicia la comitiva. Los críos corretean entre la gente saboreando un polo de Martín, la Calle Larga parece más corta, la iglesia al fondo y los adoquines del suelo ofrecen más de un traspiés.
La puerta del templo abre de par en par, el novio apostado en la derecha sonríe al ver llegar el barullo de gente, su madre como buena madrina luce sus mejores galas cosidas en el taller de Carmen “La Turca” de Cantoria. El altar los recibe y la Virgen del Rosario los saluda, el cura en un paternóster deja las arras bendecidas y los anillos colocados en sus dedos.
El convite espera en las mesas de la plazoleta, las colañas revestidas de papel improvisan largos bancos. La cascona, ahora callada, rellena el bolso bajo la mesa, una masa de dulces, embutidos y aceite que disimulada esconderá entre el abrigo. La comida llena de sonrisas a los comensales, el vino alegra el alma y el pipermint endulza el sueño de la siesta. ¡Vivan los novios!, ¡Vivan los padrinos!, ¡Que se besen, que se besen!



Juan Sánchez-JULIO-2.015